viernes, 12 de enero de 2018

Acto Poético. Taller de escritura vivencial


YO NACÍ
Yo nací con los pies descalzos,
Yo nací con los ojos abiertos,
Con libertad,
Con el corazón latiendo,
Con el pecho abierto,
El alma danzando
Y el agua respirando.
Yo nací tibia, nací mirando,
Nací temblando, nací despierta
Nací con ansias de mirar colores,
Probar sabores, tocar texturas.
Nací con alas de cielo
Nací caminando al revés
Nací escalando soles azules.

Anajoaquina Flores, Trabajadora Social feminista, feliz, espontánea, escaladora de soles azules, “la sonrisa y la alegría viven en mí, saltadora de precipicios voladores. Nací para volar. Vibradora y danzante de vida. Amor y gracia”.



Me acuerdo de mis manos sucias y uñas negras, mi polera cuello largo, blanco y manchado. Me acuerdo llegando al trabajo de mi madre por las tardes cuando se escondía lentamente el sol, con mis labios morados de frío, mis palmas arrugadas, ropa mojada y mis zapatillas colgando en mis manos. Me acuerdo de los juegos con cachorros abandonados, alimentarlos, usar mi vestimenta para abrigarlos e intentar convencer a mi madre para llevarlos a casa. Me acuerdo de mis amigos los artesanos callejeros, aquellos que llegaban en verano al muelle y yo pintando con ellos tardes enteras, me acuerdo de la rabia de mi madre cuando me encontraba luego de un recorrido completo por los palafitos para finalmente pillarme en un pequeño muelle que daba al mar. Me acuerdo pequeña llegando del jardín, levantando la ropa de mi madre para tomar la teta. Me acuerdo de la música andina por la vereda, de los hippies vendiendo sus artesanías con sus guaguas en brazo, de la mujer que vendía los diarios y me hablaba de la palabra de dios y yo sin entender nada, de los que cuidaban autos gritándome “oshin”, del hombre sordo retándome por correr por los pasillos, de un pequeño ático en un puesto de pescado donde me arrancaba a mirar “scobydoo” y la mujer cómplice que me lo permitía y me escondía de mi madre, de la vendedoras de artesanías de lana y madera dándome mate cuando las pasaba a ver, de la estufa a parafina en los días de invierno en las pequeñas queserías, de mi abuelo y su mano temblorosa cortando queso, de la caja de mi padre donde pescaba puños de monedas para ir a comprar golosinas, de la mujer que nos arrendaba un pequeño bote por doscientos pesos para cruzar el canal e ir a la playa solos mientras nuestras familias trabajaban al otro lado, de las botellas llenas de pequeñas “pancoras” cuando bajaba la marea, de la media rota de mamá para jugar al “elástico” antes de ir a la escuela, de los ciento cincuenta pesos que costaba tomar sola el colectivo para llegar a quinto básico, de los días de verano donde el calor era tanto en esas pequeñas cocinas que las trabajadoras se “manguereaban” al terminar la jornada, de cuando no había más juego que imitarlas y convencía a los extranjeros para que pasaran a comer.
Si recuerdo mi niñez, viajo a Angelmó, ese lugar turístico en el muelle de Puerto Montt… de galpones hechos cocinerías, de cocinas a gas al aire libre con peroles gigantes haciendo “pullmay”, del mar frente a mí, lleno de botes de colores, de un mercado gigante con puestos enormes donde bajo las frutas y verduras estaba la casa de las verduleras con sus alimentos y pequeños calderos para no penetrar el duro frío junto al mar.

Antü Malen: Admiradora de Frida Kalho, “Pies pa’ qué los quiero si tengo alas pa’ volar”. Feminista, Trabajadora Social, Sureña, Aficionada a congelar momentos, Reír, Soñar

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