A modo de presentación:
Había
una vez una princesa. Ella no tuvo un príncipe azul. Ella no tuvo un felices
para siempre.
Era
una princesa que no podía caminar sola de noche, por temor al acoso, a la
cercanía no deseada, a los piropos, a los abusos, a las palabras lisonjeras que viajan por el aire dañando nuestros
sentimientos, sabiendo que somos madre de sus hijos, dadoras de vida. Era
una princesa que no podía vestirse cómodamente, porque provocaba, porque si naciste hembra, gris demonio, espósate
los labios y la pelvis. Era una princesa que no podía expresar sus
sentimientos sin ser tildada de llorona y exagerada. Se sentía vacía, y pensaba:la caída es inminente y yo me apresuro a
buscar los ojos de la calma en los rincones de un reloj sin agujas ni alma. Era
una princesa que debía aguantar los abusos, los golpes, no llorar sus pérdidas,
no salirse de su rol, porque la mujer
feliz muerde su lengua y se atraganta con sus lágrimas.
Quiso
buscar su propio hogar, y un día se dijo:yo
quisiera no ser más forastera sino llegar a casa cuando los toronjiles
desborden de hojas el macetero y el sol diga siempre la misma hora sobre el
tejado.
Y
no se rindió. Y no cedió. Y dejó de ser princesa. Abrió los ojos, se dio cuenta
que el que iba a rescatarla sólo la hundió, la golpeó, la abusó. Abrió su
agenda y quitó todas las hojas, las tomó y escribió con letra apresurada: Me aburrí de los espasmos matutinos de la
angustia, me aburrí, tantas veces, de mantener la calma, me aburrí de dormir
sin sueño y despertar cansada, de no encontrar las piezas que me faltan. Se
levantó y dijo en voz alta respira… estoy
aquí… soy tu yo misma sosteniéndote. Se dio cuenta que su único “rescate”
era ella misma.
Alzó
la voz por las que todavía son princesas. Caminó, luchó, gritó: ¡la cicatriz que dejaron los perros hacen que
ame la que Soy! Aunque sabe que su lucha no termina, poco a poco se rescató
a sí misma, le enseñó a otras y otros a rescatarse, a luchar con los dragones
del camino, a saltar abismos para conseguir sus metas. Les enseñó a aprender y
crecer de sus ausencias y sus heridas, pues hay
ausencias que se llevan en el bolso, que se cuelgan al lado de la estufa, que
te miran compasivas.
Ella
gritaba para que todos la escucharan:¡Soy
loca, bohemia, amistosa, sensual, vanidosa, noctámbula, diosa creadora!¡Lo soy
yo, lo es ella, lo somos todas las mujeres!Ella gritaba por las que no podían
gritar: Que nos llamen brujas, putas,
locas. Que nos llamen, porque respondemos. Que nuestras palabras calen hondo,
que nuestros gritos molesten. Que nuestra lucha sea de todas… y algún día,
también de todos.
Ya
no era princesa. Ella era del viento, ella era del agua, mujer, hermana, madre,
poeta. Era amante de la poesía, de la lectura, amante de todas las artes. Era
mujer, útero cósmico, diosa interior. Era la letra que vida cobra, una obra, un
guitarrón. Era sensible al dolor ajeno, resiliente y resistente a los propios.
Era mapuche, artesana y tejedora. Era la que conoce el arte de cuidar desde el
alma hasta la piel. Era nostalgia y liberación. Era la que comparte sus
sentires para enriquecer el vacío del universo. Era protectora de la belleza y
la armonía de los legados de sus ancestras. Era hermana a medias, madre a
punto, hija apenas.
Era
Paula, Marisol, Jacqueline, Myriam, Valentina, Vasthy. Era María Cristina,
Isabel, Bernardita, Ivonne, Pía. Eres tú. Soy yo.
Virginia
Moya
Profesora
Lenguaje y Comunicaciones
En
Osorno a finales de Agosto del año 2018.-
Editorial Una Temporada en Isla Negra
Diseño; Victor Quezada Carrasco.
Imagen: Monica Endress Bôrquez