TESTIMONIO DE MI
VIAJE POR LA ESCRITURA VIVENCIAL
Hasta ahora,
escribir ha sido para mí la forma de encontrar la calma, de ordenar las ideas,
de canalizar las emociones, de reponerme, de tomar fuerzas.
Hasta ahora,
escribir había sido para mí un ejercicio solitario. He sido escritora sin
lectores.
El Taller de
Escritura Vivencial fue para mí un viaje y un proceso; un viaje temporal desde
mi nacimiento hasta más allá de mi muerte, un proceso de autoconciencia
propiciado por preguntas certeras, acompañado por una guía amorosa y atenta,
profundamente acogedora y respetuosa de los propios tiempos y de la expresión
de la propia voz.
A la vez, fue un
viaje íntimamente acompañado de las miradas y oídos maternos de mis compañeras
de travesía, una aventura tomadas de la mano, de esa mano que jala cuando es necesario, que apoya cuando se requiere, o simplemente te
invita a recordar que, en realidad, no estamos tan solos que solemos pensar;
que tus dolores, miedos, alegrías y esperanzas son los mismos que las que
experimentaron aquellas que te precedieron y aquellas que te acompañan ahora y,
seguro, las que vendrán.
La palabra
escrita deja testimonio de la vida, resistente a los olvidos del tiempo. Es la
mano amiga, cómplice y compañera siempre disponible para que en los vaivenes
del día a día, encontremos la calma y la fuerza.
Si yo escribo y
tú me lees; si tú escribes y yo puedo leerte, las manos siguen ligadas siempre.
Dania.
Osorno, agosto 31 del 2020.-
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