Querida Jacqueline:
He ido dando vueltas a las páginas de "Mis Primeros Años", no hay vida fácil para nadie... dentro de ese candor que te es, hay un mundo enorme por el que has vivido, las desigualdades, el trabajo, el tesón y la lozanía tuya para volcarte allí.
Mis vivencias en el Sur, me permiten entender tu mensaje, ese calor tremendo que emana, calor de humanidad, espontáneo, sencillo, sin rebuscamientos, miro para otro lado los gazapos, tal vez como cosa natural en los libros que nos imprimen en la provincia, donde el corrector de pruebas al final de una página duerme y cierra el libro como leído. Pero, eso no es lo importante, más fuerte es la vida que se transmiten desde los poros, la sangre, el latido, la ternura. Por sobre todo, el optimismo, ese que carecemos los "letrados"... los que siempre estamos viendo un mundo de negro. La vuelta a palabras que se convierten en arcaismos como: botica, tantos años ... ¡Ah!, no me gustó que le metieras agua a la copa de la abuela... no.... el sabor de la pena muere en un sorbo de aguardiente o vino. Gracias por conocerte. Eduardo Díaz Espinoza- Antofagasta.Chile(2007)
MIS PRIMEROS AÑOS
A este aquelarre de las letras llegan los
parientes, los amigos, los amantes de la lengua, los seres queridos de ayer y
de hoy. Parecen sentirse en el silencio de este momento los pasos cansados de
la abuela, de los seres queridos que, como dice la escritora, bajaron desde el
cielo para compartir con ellos y como tantas veces al calor del brasero los
recuerdos del día, los sueños del futuro.
Hoy nos hemos reunido para compartir el
nacimiento de un hijo más de Jacqueline Lagos. Esta mujer del campo y la
ciudad, de la tierra de los bosques húmedos, de las praderas con ganado, de los
volcanes nevados, de patrones y peones.
A éste su primer hijo literario, como Mis primeros años lo ha bautizado, lo
saludamos desde las altas cumbres desde la soledad y el silencio del norte
atacameño.
Leer las poéticas páginas del transparente del
texto de Jacqueline es una invitación a la reflexión acerca de la identidad, la
familia, la vida.
Vivir es búsqueda, es enfrentar desafíos
personales, sociales, intelectuales, y las palabras del texto escrito nos
hablan de ese vivir con ternura, con nostalgia, con modestia, con
transparencia, franqueza y honestidad, así la autora va recorriendo los juegos
en el campo, las enseñanzas de su viejo, su abuelo; las travesuras de sus
hermanos; el cariño de su abuela, con humor, con franqueza, pero también con un
profundo afecto por sus raíces, por los suyos.
Es un relato que se transforma en un extenso racconto donde llama la atención la búsqueda de las
raíces, la necesidad de dejar un mensaje a los suyos. Porque para Jacqueline, vivir
es intentar permanentemente a cada instante y en todo instante, construirse
como persona, construirnos como seres humanos consecuentes, con los
valores que nuestro entorno familiar nos ha dado y que nosotros hemos internalizado y que nos hace ser quienes somos.
Vivir es comprometernos voluntariamente con
las creencias, con las tradiciones, con la fuerza que nos dan las raíces de
nuestra familia de nuestra cultura. Vivir es realizar esfuerzos cotidianos y
permanentes por superar
nuestras limitaciones; es
disfrutar de éxitos
momentáneos y también ser capaces de superar fracasos y frustraciones
que suelen invitarnos a fortalecer nuestra voluntad, nuestra tenacidad, nuestro
deseo de ser, nuestra necesidad de trascender.
Ella nos dice “cómo quisiera poder traspasar
en éstas páginas cada una de las emociones que hizo de mi vida en el campo una
verdadera historia llena de momentos mágicos”.
El poeta nos señala que ser persona es tener
la capacidad de enraizarnos en nuestra cultura, en nuestras tradiciones, en la
fuerza de los lazos que vamos construyendo a lo largo de nuestra existencia y,
a la vez, tener la capacidad de soñar, de volar, de construir utopías que nos
permitan constatar que nuestra existencia tiene un propósito, y que nuestro quehacer
cotidiano, nuestras tareas fundamentales, nuestros proyectos, nuestros
esfuerzos se han dirigido a lo largo de nuestra existencia hacia esa finalidad,
construyendo esa utopía. Por eso ella nos dice: “me veo en la mitad de mi vida
y puedo sin temor mirar hacia atrás. Antes, parece que todo era más sencillo...
yo soy una agradecida de ese tiempo que me regalaron mis viejos, hasta el amor
lo viví de una manera diferente, especial, mágica”.
El vivir se realiza con otras personas, con
otros seres humanos, por ello requiere y exige de dialogo, de comunicación, de
la presencia de otros seres humanos; por eso el vivir es hermoso y a pesar de
los dolores que pueda depararnos y a pesar de los temores que pretenden
inmovilizarnos, vivir es un desafió que exige de respuestas, de lucha, de
creatividad, de sentimientos, por ello siempre el vivir es esperanzador.
En palabras de la escritora: “ahora que tengo
una visión distinta de la vida, puedo admitir que mi abuelo nació para servir,
para él no habían horarios ni derechos. Sé que a lo mejor no manejo las
respuestas de esa vida que construyeron los viejos, pero siempre existirá la
intima convicción que fueron ellos, mis sabios chamanes, los que fueron dando
vida a cada una de las estrellas que les caímos del cielo, como decían ellos”.
El libro es un largo recuerdo compuesto de
sentimientos, que homenajean a la herencia familiar, a la herencia de la
tierra, a ese comprender de dónde venimos, quiénes somos y por qué somos. Pero
no en un sentido existencialista, si no en la captura poética, sentimental,
afectiva de las sensaciones, de los gestos, de los ritos que se evaporan con el
tiempo y que pretendemos atesorarlos en nuestra memoria, en nuestro
corazón. Con ello, para Jacqueline “describir la casa de campo en que me crié,
ataviada de una simpleza única que jugaba en perfecta armonía con quienes la
ocupaban” le obliga “a agradecer a la vida cada minuto que le toco vivir” en
esas habitaciones, en esa tierra, en esos huertos, que junto a sus hermanos
salían a limpiar, a quemar y también a sembrar.
La autora se esfuerza en todas las páginas, de
éstos sus Primeros Años por capturar esas sensaciones que no se olvidan, para
que no se vayan, para que no desparezcan, para que permanezcan
eternamente junto a ella, atesoradas, pues esos recuerdos son ella misma.
Traer a la mente los momentos idos y las
peripecias de niña, el sortear cada mañana “praderas con ovejas” para la autora
es importante, es necesario. Recordar a sus hermanos, pensar, soñar intentar
responder, “son tantas las preguntas que aún no tienen respuestas”, pero sí
tienen claro que posee una pertenencia, que, como muy bien lo dice “nací para
vivir esta historia”.
Está en el recuerdo de su hermana muy lista,
la que “aprendió mucho antes que ella a amarrarse los cordones de los zapatos”.
“y el amor a ese para de mellizos hermanos míos que más de un dolor de cabeza
le causaron al viejo, el abuelo”.
También tiene palabras de especial admiración
y afecto para su hermano, el único varón de la familia, que cual “salió desde
muy temprana edad a trabajar, a ganarse los porotos”. El que “Era sólo un
chiquillo cuando ganó su primer sueldo”. Ese hermano suyo que desde hace años
es mi querido sobrino aquí en esta tierra del sol y del desierto que hoy lo
cobija y donde la simiente osornina enraíza en las rocas minerales una nueva
familia, que sin embargo continua siendo la vieja familia en esta tierra del
desierto.
Jacqueline es una poetiza, es una escritora de
la tierra del “olor a canela”, del pasto barroso en invierno, de las aguas
azules de ríos y lagos, de los bosques de hojas verdes y, sin embargo, no
necesita del color para enmarcar los afectos, para contarnos de estos sus
primeros años, porque todo lo cubre un manto de sentimientos, de ritos, de
sensaciones que permanecen, porque están destinadas a ser heredadas por los
suyos, por su nueva familia.
Jacqueline es de las personas que actúa en la
vida porque piensa que todo ser humano necesita plantar un árbol, tener un hijo
y escribir un libro. Ella ya lo
ha logrado, y ha puesto tanta fuerza, tanta ternura, tanta franqueza, tanto de
ella, que “si le fuera dado el poder de volver a los años en que fuimos
queridos, mimados y educados por esos viejos”, dice, “no tengo dudas que
elegiríamos la misma casa, la misma escuela, el mismo amor”.
En nuestras vidas existen instantes que
acompañados o no de un rito, de un acto especial o en un momento trascendente,
van marcando nuestra existencia. Hoy, nos señala Jacqueline, “yo sigo echando
de menos la simpleza de los días o el aspecto de las noches largas, junto a la
cocina a leña allá en el campo”. “Sigo echando de menos las manos de mi abuela,
retorcidas por el trabajo, minuciosas y pródigas, que parecían entonar melodías
cuando tejían”.
Creemos en los sentimientos, en la agilidad de
la pluma, en la belleza de la metáfora, en la modestia de la escritora. Nos
felicitamos por este nuevo hijo, al que sin duda seguirán otros hermanos y ¿por
qué no muchos mellizos?. Felicitaciones Jacqueline, los mejores deseos.
Por : Domingo Gómez Parra (2003)
Profesor normalista, escritor y antropólogo, académico del
Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad de Antofagasta-Chile
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La Escritura Vivencial mantiene la pureza del proceso creativo. Y porque no decir también que promueve la recuperación de la memoria y el apropiarse de espacios culturales mas amorosos. Se ha dicho: "En su primer libro entrañable Jacqueline Lagos nos conduce hasta el centro de sus recuerdos, por esas tierras del Sur de Chile, tierras de su infancia donde podemos sentir la humedad del bosque en la estación de los atardeceres largos...".
lunes, 4 de septiembre de 2017
Se ha dicho de Mis primeros años...
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